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domingo, 29 de junio de 2014

CUENTO BREVE. 5 Rue de la Monaie, Estrasburgo


Hoy voy a contaros  un cuento corto. El ejercicio además de una serie de exigencias de forma en el relato, pedía que en algún momento salieran las palabras " escarcha" y " malecón". Allá va:

EN EL NUMERO 5, Rue de la Monnaie, Estrasburgo.

Florinda Walkman, la gruesa dama solterona que vestía siempre bata de estar por casa floreada y zapatillas cómodas porque cualquier zapato le apretaba demasiado, no hubiera estado tan tranquila tomando su té verde de la tarde mientras miraba la telenovela, con la que día si, día también, derramaba alguna lagrimita, si hubiera sabido que en el tercero, su amable vecino, aquel chico de ojos azules y mirada angelical, aquel educadísimo que siempre le abría la puerta del  ascensor y le daba conversación, estaba a punto de beberse una botella de lejía. Y Friedman no estaría a punto de beberse la horrible botella de lejía que previamente había metido en el congelador para tener menos sabor y ya estaba cubierta de escarcha si no hubiera sido porque su mujer, la jovial Josephine que salía a correr por las mañanas desde el muelle hasta el malecón, la que irradiaba alegría allá donde pisaba, la de los hoyuelos sensuales al sonreir ; esa que le volvió loco desde el primer día en el instituto y después de mucho insistir se casó con el, se había liado con el vecino del primero. En el primero vivía desde hacía poco un elegante profesor de cabello blanco al que Josephine conoció casualmente en el parque paseando al perro justo el día que Friedman la llamó diciéndole que llegaría tarde del trabajo y que el perro, Rolex, que en realidad era de su madre, la cual estaba dando la vuelta al mundo con su nuevo amante italiano, necesitaba urgentemente una paseada. A su vez, el profesor Morton, no se hubiera liado con Josephine, si no hubiese vuelto de Michigan tras recibir una carta del Director de la universidad de Estrasburgo , ofreciéndole una plaza como catedrático de Antropología. Morton se había divorciado años atrás de la bella Sally boquita de piñón y culo prieto, que siempre mascaba chicle y se había fugado con su entrenador físico. El profesor, sin embargo, cargaba con el can de ella donde quiera que fuera. Sansón se llamaba. Nunca un perro había tenido un nombre tan ridículo precisamente porque era una birria delgaducha que ladraba a todo ser viviente como si fuera a matar a un león. Especialmente la tenía tomada con Florinda Walkman, la gruesa dama solterona que vestía siempre bata de estar por casa floreada y zapatillas cómodas porque cualquier zapato le apretaba demasiado.