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jueves, 21 de mayo de 2015

CUENTO DE VERANO. - DIME QUIEN HABLA


En el verano que cumplía treinta años,sobrepasada y desesperada por los acontecimientos de los últimos meses, decidí cambiar drásticamente de aires y pasar unas vacaciones muy distintas a las que pasaba  habitualmente. 

Mi madre, antes de morir, siempre decía que teníamos que ir a ver a su hermana a la montaña y aunque no la veía hacía años, la llamé, metí cuatro cosas en un saco, me puse al volante de mi viejo mini y el primer sábado  de Agosto, con un calor asfixiante de esos pegajosos que hace que el asfalto baile delante de los ojos, me dirigí al deseado Pirineo. 

Mi tía vivía en una casona de muros gruesos en medio del pueblo. En la planta baja estaba el establo, actual almacén de trastos y herramientas para el huerto que cultivaba ella misma con un cariño y atención desmesurados. Todo ese esmero para ver crecer una cosecha que su propio vientre siempre se había negado a  darle. 

Al entrar, la poca luz que se filtraba por el único ventanuco junto con el olor a paja y heno me dieron la bienvenida con ese aire familiar que casi había olvidado. 

- Ven, mira, te he puesto la colcha que me hizo tu madre y un ramo de lavanda, como le gustaba a ella- me dijo mientras alisaba una vez más la colcha de ganchillo blanca impecablemente lavada, recolocaba el jarro encima 
de la cómoda y abría de par en par el armario con olor a madera encerada.
Qué bien huele tía, no debería haberse molestado tanto- le dije mirando sus ojillos grises gastados de tanto parpadear y sabiendo que ella era mujer de pocas palabras.

- Bueno, basta ya de cumplidos, aséate  un poco y baja a cenar. Te he preparado  unas tostadas con embutido del que hace la vecina y una sopa de puchero de las que levantan el ánimo, estas tan flaca que pareces una escoba vestida, hija mía y estos días anda a que te de el aire, que menudo color de asfalto llevas.

Durante mi primera cena poco pude comer. Tenía un nudo en el estómago y no me sacaba de encima mi desasosiego. Mi tía no dijo mucho, ni esa noche ni las siguientes. Se limitaba a mirarme y a suspirar como si me estuviera leyendo el pensamiento. 

Me sentía desdichada. En mitad de la noche me despertaba llorando con una sensación de ahogo angustiosa. Me costaba recuperar el ritmo de la respiración. 

Mi tía, que me debía oír desde su habitación, se limitaba a esforzarse mucho en prepararme el desayuno y para cuando yo bajaba encontraba siempre queso fresco, pan recién horneado, miel y un gran tazón de leche ordeñada de buena mañana. Todo era cuestión de dejar pasar los días. Que fluyera el tiempo. Las penas no se pasan de otra manera, eso ya lo sabía yo. 

Poco a poco los aires de montaña se fueron metiendo por cada orificio, por cada poro de mi ser como pequeño aliento de vida y esperanza. Empecé a dormir, a comer. Incluso mi respiración nocturna se fue normalizando.

Una tarde que estábamos las dos cogiendo zanahorias y patatas del huerto, mi tía me pidió que fuera a la granja que había junto al río a vender verduras y huevos. 

- Pero tía, siempre va usted ¿Le ocurre algo?
- ¿Y que me va a ocurrir, mujer? - anda, coge el cesto y  ve, que lo están esperando. 

Bajé hasta el río por un camino lleno de piedras que iba por detrás de nuestra casa. Olía a musgo y flores del campo. Las hojas de los chopos en movimiento y el correr del agua sonaban a verano y los juegos de luz entre las ramas jugueteaban por mis pies mientras caminaba. 

Volviendo de la granja vecina, como era temprano me senté en una roca grande desde la que se podía ver el fondo del río y respirar la calma que desprendía. 
Levanté la vista como si el río me avisase de una presencia extraña. Vi a un hombre con un perro cruzar el puente. Era un anciano que vestía guardapolvo beige y arrastraba los pies. El perro era de color canela. Andaban tranquilos, sin prisa, al unísono. Intercambiamos miradas. La del perro me impactó. Vi al mismo tiempo ojos mansos enloquecidos. Me asusté pero algo me impedía dejar de mirar como si tuviera un imán. 

Lo que pasó a continuación fue lo más increíble que me haya sucedido en la vida. No se si tendré palabras suficientes para expresarlo.

Al llegar a la parte del río donde yo estaba, el hombre, con una voz suave y pausada me dijo:

- Aza matahotra zazavavy kely. Isika ny olona ny fiadanana- Le miré a los ojos fijamente. No solo no había entendido ni una palabra sino que estaba como hipnotizada, me sentí como si formara parte de la piedra donde estaba sentada. 

Pero entonces ante mi mirada de estupor fue el can quien abrió la boca y dijo:

- Mi amo dice que no temas, que somos gente de bien. Queremos ayudarte.

Me quedé helada. En los ojos de aquel hombre desfilaron todas las imágenes de las que estaba huyendo. Mi madre moribunda en su lecho de muerte. Sangre. Sangre por todas partes. Yo. Yo sola . Sola ante el horror. Sola en el mundo. Sin vida. Impotente. Paralizada. Muerta en vida.

- No llores, niña - continuó el can, ahora hablando simultáneamente con el viejo - de tu interior vendrá tu consuelo y te traerá la paz que buscas. Te acompañará siempre y no temerás más la soledad.

De vez en cuando el can se interrumpía y emitía pequeños aullidos que me arrullaban y tranquilizaban.

- ¿Quienes sois? - acerté decir susurrando apenas sin voz.

Poco a poco las voces pasaron a formar parte de mis pensamientos. Ya no sabía de donde venían. Eran mías y a la vez suyas. Eran una sola. Voces. Solo eran voces. Me invadió una sensación de inmortal.

Volví a casa de mi tía al anochecer. Ella estaba como casi siempre en la cocina. Al verme supo que algo había ocurrido. Pero no dijo nada. Entonces intente relatarle lo que había visto. Pero me di cuenta de que yo ya no dirigía mis palabras. Hablaba de forma desordenada y sin sentido.

- Tía ¿quienes eran? ¿ tu los has visto alguna vez?

- Mi niña, eran el bien y el mal. Era tu yo bondadoso que luchaba contra tus demonios. Ven - Me dijo apoyando mi cabeza contra su regazo - Todo ha terminado , ya estás preparada para seguir tu camino.

Unos meses más tarde nacía mi hijo. Le puse Juan , como su padre. Mi tía le tejió una manta de ganchillo que guardo como oro en paño en recuerdo de mi verano junto al río.
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CUENTO PARA EL TALLER DE ESCRITURA DE  E.GARRIDO
MAYO 2.015