Iba yo caminando detrás de una madre que empujaba un carrito de bebé aunque el niño trotaba a su lado abrazado a su pelota cuando en el momento de cruzar la calle , la madre le dijo a la criatura:
-Corre que está verde. Corre!
El niño la miró y dudó, pero ante la orden tajante de la madre no se lo pensó dos veces y empezó a mover tan aprisa como pudo sus cortas piernas. No dejaba de mirar a la madre que seguía animándole a que corriera.
Demasiadas ordenes a la vez: corre, no sueltes la pelota, date prisa ; el niño se cayó. Estaba cantado. Eso si, empezó un sonoro y exagerado llanto que a mi me sonó mas a protesta que otra cosa.
La madre entonces lo cogió,sentó en el cochecito y empezó el ritual de consuelo con caricias y palabras de amor.
Yo continué mi camino y me planteé lo siguiente: las madres a veces no pensamos en lo que decimos. No tenemos en cuenta hasta que punto se anula el pensamiento o la voluntad de los hijos ante nuestras ordenes. Obedecer a la madre es instinto animal. A medida que los hijos crecen cogen criterio pero una madre siempre es una madre. Por eso antes de decir según que cosas deberíamos pensarlo dos veces. Dos o treinta y dos !